Este comentario constituye el punto radical de ruptura entre la teología
del siglo XIX y la del xx. En contraposición a su postura inicial, tendente
a la identificación entre socialismo y reino de Dios, Barth descubre ahora
que la Biblia, más que de nuestra relación con la divinidad
(propio de la religión o la ética), habla de la relación de Dios con nosotros:
del reino de Dios, que no es reductible a un movimiento político o económico,
ni siquiera a la religión (o religiosidad) como hecho humano.Su lema será el de
una absoluta disociación entre la inmanencia y la trascendencia:
«el mundo es mundo, y Dios es Dios» Tesis que se materializará en el
Comentario a la Carta a los Romanos.

Barth intenta aproximarse a la realidad central, que no es
otra que nuestro conocimiento de Dios a través de Cristo.
Pues no tenemos acceso alguno a Dios como un ser (aunque
supremo) entre otros seres, sino sólo desde su presencia libre,
creadora y actuante en Cristo, en quien nos sale al encuentro.
Aparece aquí la paradoja radical que va a definir, en un primer
momento, el pensamiento barthiano, que empieza utilizando
como clave una metáfora política: la «revolución de Dios» que
irrumpe como una ruptura cósmica que adviene no desde el
más acá, desde la inmanencia, sino desde el más allá afectando
a la humanidad en su conjunto. Algo que no es disociable de
la escatología y, por ello, del juicio de Dios y su trascendencia.
Aparecen aquí, como en germen, claves que Barth utilizará
con profusión: la dialéctica, la trascendencia divina en amor-libertad,
la radicalidad escatológica que eleva lo divino infinitamente
sobre lo humano; la contraposición absoluta entre el
Creador y la criatura

El Comentario va a romper así con la
tesis que contemplaba la santidad como fruto del comportamiento
humano religioso o ético y, por ello, como posesión
propia. En esta obra, Barth «no pretende informar, sino transformar
», utilizando fórmulas paradójicas, para desasosegar al
hombre y sacarlo de sus casillas.